No dejes que te cohiba con su mirada felina.
¿Qué sabías tú de la vida, del amor, de los celos, del desprecio y el despecho?
Tú sólo sabías llorar.
Llorar a mares, llorar hasta que tu ropa quedara empapada. Hasta que te cansaras y te quedaras dormida.
Esas manitas que cubrían tu rostro, tus uñas mordisqueadas llenas de tierra que intentaban limpiar tus ojos.
Pero no podías, no podías hacer nada, el agua brotaba como si no hubiera un final. Como si de eso dependiera que crecieran las flores.
Al bailar salsa, al perder dinero, al machucarte un dedo, que se te cayera tu bolsa de papas o quemaras las esferas de navidad.
Tú sólo llorabas.
Ahora que tus ojos por fin se han secado, que ya no sale más que polvo, ahora puedes decirme qué tanto te duelen esas lágrimas contenidas que nunca saldrán.
Porque sabes que ésas son las que más te hacen sufrir.
Dime, ¿en qué te has convertido?